Miguel Ángel Larrinaga Ojanguren sobre ‘Collaborate!’

Miguel Ángel Larrinaga Ojanguren

Profesor de Dirección de Operaciones en la Deusto Business School

Dan Sanker plantea en su libro Collaborate! una gradación del trabajo en común, desde el sencillo compartimiento de recursos, pasando por el networking para compartir beneficios mutuos, hasta la colaboración. Si esta secuencia aparece coordinada de alguna manera (recursos, objetivos), llegamos a la colaboración. Esta gradación se muestra en tres acepciones que aparecen en la definición que la Real Academia Española hace del término colaborar: ‘trabajar con otra u otras personas en la realización de una obra’, ‘contribuir (concurrir con una cantidad)’ y ‘contribuir (ayudar con otros al logro de algún fin)’.

En los diccionarios anglófilos podemos encontrar una acepción adicional: ‘cooperate traitorously with an enemy’. Esta expresión nos debe alertar del riesgo que supone tratar la colaboración de una manera naíf o ilusa. La colaboración en gestión no puede ser una colaboración para la traición a la sociedad, por lo que considero necesario acuñar la idea de una colaboración «responsible» (responsable + sostenible). En una reciente publicación de la profesora Josune Baniandrés sobre siete experiencias de participación social en la empresa, la participación tenía tres aristas: en la gestión, en los resultados y en la propiedad de la empresa. La colaboración «responsible» recoge estos tres elementos (colaborar en la gestión, en los logros obtenidos y en la propiedad de esos resultados), pero añade dos aristas más: la responsabilidad ética y la sostenibilidad. Baniandrés indicaba que «la participación es algo que debemos a la sociedad». En mi opinión, la sociedad nos demanda esta colaboración «responsible». La colaboración no puede ser un instrumento y a menudo aparece como competencia instrumental. Incluso sistemas educativos actuales parecen ir por ahí. Por ejemplo, la Universidad de Deusto tiene definida una competencia transversal a todas las titulaciones, denominada «Pensamiento colaborativo», agrupada en las competencias instrumentales, que más tarde se traduce en «Competencias de trabajo en equipo colaborativo». ¿Llegamos a tiempo para profundizar en esta competencia? ¿Animan las enseñanzas preuniversitarias a la colaboración o es cada vez más creciente y acuciante el grado de competitividad dentro de las aulas? La empresa debe ser una red de colaboración interna (entre sus miembros) y externa (con todos los stakeholders actuales y potenciales). Por ejemplo, la promoción de una tarjeta de crédito aparece reforzada por el hecho de permitir acceder a descuentos en establecimientos y realizar donaciones a ciertas entidades sociales como consecuencia de su uso. Este puede ser un ejemplo de colaboración. Sin embargo, ¿hasta qué punto es necesario incentivar aún más el consumo? ¿Qué implicación tiene para nuestro futuro colaborar en el mantenimiento del presente modelo productivo? Si la globalización ha hecho que una empresa no sea una isla, la agenda sostenible quiere poner de relieve que una generación es, en el fondo, un eslabón de una cadena de generaciones. En el ámbito individual, la colaboración debe ser un eslabón del ADN del gestor, de la persona. Nuestra obligación, incluso desde estas líneas, es animar a todos a cultivar la colaboración como elemento innato del hombre. Colaborar, en el fondo, es estar abierto al debate público, a hablar y escuchar, a no limitar a los espacios de dirección la reflexión estratégica.

El libro

Escribe y pulsa intro para buscar