Tontxu Campos sobre ‘The Innovator’s Hypothesis’
Tontxu Campos
Director de Deusto Entrepreneurship Center, profesor de Deusto Business School y miembro del Comité Editorial de Manager Focus.
No basta saber; se debe también aplicar.
No es suficiente querer; se debe también hacer.
(J. W. von Goethe, 1749-1832)
Desde finales del siglo pasado, de forma relevante, la innovación forma parte de la agenda de la mayoría de las instituciones públicas y privadas a escala mundial. La necesidad de alcanzar una ventaja competitiva en su entorno de actuación es lo que mueve a muchas de las organizaciones a incorporar la innovación a su agenda, y, afortunadamente, son cada vez más las personas y organizaciones que confían en la innovación para resolver los grandes retos sociales y económicos de la humanidad.
Sin duda, existen numerosas variables objetivas que condicionan el éxito de cada organización en el diseño y puesta en práctica de una política, plan o acción en pos de la innovación; sin embargo, existen tres mitos (por tanto, de naturaleza subjetiva) que no ayudan a enfocar la cuestión de manera adecuada.
El primero es que la innovación constituye una suerte de conocimiento arcano para muchas personas, imposible de alcanzar para los neófitos, lo que haría que, salvo ayuda imprevista del azar, la innovación fuera un ámbito reservado a unos pocos “magos”. Sin embargo, hace tiempo que el padre de la gestión moderna, Peter Drucker, defendió que la innovación es una disciplina y que, como tal, puede ser aprendida y practicada por todos aquellos que se esfuercen en ello.
En segundo lugar, existe una creencia errónea que identifica creatividad con innovación; esto es, si una persona no es creativa, no puede ser innovadora. La creatividad, como su propio nombre indica, implica ideación e invención, pero no supone generación de valor para la sociedad o para el mercado (Thomas A. Edison tiene el récord Guinness de patentes, pero la gran mayoría de ellas no están en el mercado). Ese es el papel de la innovación: poner el conocimiento a trabajar. Ya en el año 1963, Theodore Levitt, profesor de Harvard, en uno de sus mejores artículos discutía esa cuestión y nos recordaba que la creatividad no es suficiente.
El tercer planteamiento mítico deviene de los modelos tradicionales de management, según los cuales la innovación sería el fruto de una planificación exhaustiva y rigurosa, de un proceso absolutamente procedimentalizado que, para ser rentable, debe adquirir un determinado “tamaño” (según este planteamiento, el tamaño del proyecto sería directamente proporcional al tamaño de la organización en cuestión). Afortunadamente, los avances en emprendimiento han venido a demostrar que tiene mucho sentido abordar la innovación como un proceso flexible y “humilde” que siga metodologías lean o agile, para perseguir una “innovación mínima viable” que, en un proceso de iteración con los clientes/usuarios, proveedores, distribuidores, etc., esto es, con el conjunto de stakeholders, permita refinarla hasta un punto óptimo que, en cada momento, suponga una aportación de valor sostenible respecto a la situación anterior.
En definitiva, en el siglo XXI, el éxito de la innovación estriba más en la praxis que en la teoría, en la acción que en la ideación. Los niños aprenden a caminar pasito a pasito y cayéndose algunas veces para levantarse y pisar más fuerte.
Tontxu Campos
Director de Deusto Entrepreneurship Center, profesor de Deusto Business School y miembro del Comité Editorial de Manager Focus.
El libro
Un método para generar mucho más que grandes ideas
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Aunque a muchas empresas les gusta utilizar modelos, prototipos y simulaciones para innovar radicalmente, la mayoría de ellas no están interesadas en este tipo de innovación “disruptiva”, sino [...]