Guido Stein sobre ‘El líder consciente’

Guido Stein

Profesor del IESE Business School y presidente de EUNSA

El mandato clásico dicta Nosce te ipsum (‘Conócete a ti mismo’). Goethe apunta que, si lo cumpliese y llegase a conocerse a sí mismo, saldría corriendo espantado. A menudo vivimos a la vera de nuestra propia sombra, preguntándonos por qué está tan oscuro.

En la vida empresarial, que se construye sobre la personal, la lucidez psicológica acerca de cómo somos es el primer paso para la salud mental y, por tanto, para un liderazgo sano. Todas las personas tenemos puntos ciegos, que son comportamientos que los demás aprecian mientras que su impacto en terceros escapa al conocimiento del sujeto que los causa. Incluso las personas más racionales y los mejores profesionales tienen zonas oscuras, que escapan a su conciencia actual y que no siempre desean iluminar con su autoconocimiento; en este caso se trataría de una ignorancia interesada y parcialmente ignorante: estaríamos ante el peor ciego por no querer ver.

Incluso hay quien trabaja para incrementar el tamaño de su zona ciega, elevando a lo largo del tiempo estructuras de defensa para no ver la motivación de comportamientos nocivos o disfuncionales, incluso para impedir ver el propio comportamiento, que resulta obvio a los demás.

Shakespeare advierte que la vida es como un escenario, en el que nosotros somos los actores. Curiosamente, no pocos directivos presentan una imagen de sí mismos distante de la real, como si estuviesen leyendo el papel de otro personaje. Viven la escena equivocada en el papel equivocado.

La autenticidad que aporta la coherencia proporciona un modo de ser equilibrado, centrado, compasivo, sereno, seguro y confiado. Destila optimismo vital, sana autoestima y disfrute vital, lo que ayuda a hacer las cosas que uno se propone con entrega y a fondo, porque nada impide que crea en sí mismo y en aquello a lo que aspira. Además, la autenticidad genera realismo y cercanía en el trato con terceros, ya que ayuda a expresar las emociones con sinceridad. Evita que uno represente lo que no es, defienda aquello en lo que no cree o aspire a lo que no quiere. La autenticidad cimenta la sociedad.

La inautenticidad se viste de una normalidad impostada y tiñe las relaciones personales, restándoles densidad y sentido e incluso impidiendo un desarrollo normal. El yo inauténtico carece de la condición necesaria para la empatía.

El mundo de los negocios es un entorno en el que parece que florecen los yoes inauténticos, puesto que se adaptan mejor a ciertas políticas organizativas y facilitan sin molestar el despliegue de la ambición profesional a cualquier precio. Si a eso se añade que la superficialidad tiñe en general las relaciones en las empresas, el yo inauténtico resulta de gran utilidad: cambia de rol según lo exijan las circunstancias, y eso alcanza no solo a los directivos, sino también a sus dirigidos. Todos están dispuestos a mostrar compromiso, entrega, obediencia, disponibilidad… “verdaderas” a la empresa que sea en cada caso. ¿No se trata de un juego? Ahora bien, un juego caro en términos personales, de los que psicólogos, psiquiatras y muchos otros especialistas médicos podrían dar cuenta, así como otros muchos que cuidan de la felicidad humana.

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