Juan Pablo Borregón Baños sobre ‘Humanoffon’
Juan Pablo Borregón
Presidente de la Asociación Española de Dirección y Desarrollo de Personas (AEDIPE) y director de Recursos Humanos en Falck
Buscar en “San Google” la entrada digitalización implica tener a golpe de clic casi seis millones de entradas. Temas como la innovación tecnológica, la cuarta revolución industrial, la robotización, el Internet de las cosas y afines, y cómo están impactando en nuestras relaciones sociales y en el futuro del trabajo están de actualidad en tertulias, blogs y eventos.
El proyecto legislativo del gobierno francés, que el español ha dicho que también está estudiando, de regular el derecho de los trabajadores, si lo desean, a desconectarse, a no recibir o tener que contestar correos profesionales fuera de su horario de trabajo, y cómo hacemos esto compatible con la aspiración de una mayor conciliación entre lo profesional y lo familiar con horarios flexibles y teletrabajo, reabre el debate de los límites de la imparable digitalización de nuestras vidas.
En mí conviven el yin (como humanista) y el yang (como apasionado de la tecnología) a la hora de reflexionar sobre la materia, que deseo compartir con los lectores con la esperanza –¿ingenua?– de poder ayudar a crear un consenso social sobre cómo aprovechar las ventajas y cómo eliminar o minimizar los inconvenientes que las nuevas tecnologías traen a nuestras vidas.
Para ello, parto de una convicción: ya no es posible una separación entre la esfera profesional y la particular, entre nuestra vida pública y la privada. Por suerte o por desgracia, ya no tenemos las riendas de la decisión de si queremos estar en on o en off respecto a lo digital, sino que nuestro día a día se sucede en un flujo continuo. A lo máximo que podemos aspirar es a autodisciplinarnos a una necesaria desconexión diaria o a autoimponernos algunos límites, de los que tenemos que hacer conscientes a nuestros niños y jóvenes.
El uso generalizado de las nuevas tecnologías y de Internet ha permitido democratizar el acceso a la información; valgan como ejemplo las importantes revelaciones de Wikileaks, que sensibilizan a la adormecida ciudadanía sobre las prácticas inadecuadas de sus gobernantes y ponen a la justicia sobre la pista de la investigación y castigo de los delitos. Sin embargo, también genera una sobredosis informativa que no somos capaces de gestionar desde un punto de vista crítico, dando por verdaderas informaciones no contrastadas y generando un pensamiento único colectivo que nos aletarga. Todos conocemos ejemplos de alumnos que para hacer un trabajo del colegio han fusilado textos íntegros de la Wikipedia sin contrastar el rigor técnico de la información o cantantes cuya muerte se ha anunciado varias veces en las redes sociales, estando vivos y coleando.
Las redes sociales nos permiten una interconexión que nos ha posibilitado recontactar con perdidos compañeros del colegio, desarrollar nuevas fórmulas de economía colaborativa entre profesionales o generar espontáneos grupos de presión en apoyo de causas sociales para proteger a los más desfavorecidos y a nuestro planeta. No obstante, el propio diseño conceptual de esas herramientas tecnológicas, basadas en la inmediatez de su uso compulsivo, genera ansiedad adictiva y avidez de “consumo” de noticias y contenidos novedosos, que, como la realidad no es capaz de aportar a ese ritmo, hay que inventar o “provocar”… ¿Cómo, si no, diferenciarse o adquirir notoriedad en el mogollón de youtubers que compiten por ganarse la audiencia?
Otra doble cara de este nuevo entorno transparente de Internet es que nos permite adquirir de forma fácil un reconocimiento social, que todos necesitamos, pero que hace de las relaciones humanas algo virtual, perdiendo la autenticidad de la comunicación no verbal y el calor del contacto físico, del que incluso por comodidad huimos. Pero, sobre todo, nos hace muy vulnerables, especialmente si alguien decide atacar nuestra reputación o si nuestros menores publicitan en las redes su vida privada.
Por último, como responsable de las políticas de gestión de personas en una empresa, me tiene muy preocupado cómo integrar en esta evolución imparable a los analfabetos digitales, ese valioso talento senior que no nos podemos permitir el lujo de perder.
Juan Pablo Borregón
Presidente de la Asociación Española de Dirección y Desarrollo de Personas (AEDIPE) y director de Recursos Humanos en Falck
El libro
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