Efrén Martín sobre ‘Las cinco mentes del futuro’
Efrén Martín
Gerente de FVMartín, profesor de Deusto Business School
Retornamos al objeto inicial de estudio de la psicología –la mente–, que fue sustituido con posterioridad por la conducta. ¿Qué es la mente?, ¿cómo operan sus aspectos más relevantes?, ¿de qué sirve destacar en alguna perspectiva vital y carecer de otras? y ¿qué podríamos llegar a ser cultivando la mente?
Autores como Guilford, Sternberg, Spearman, Thurstone, Salovey, Mayer y el propio Gardner han teorizado e investigado sobre la complejidad de nuestras múltiples aptitudes. El primero de ellos partió de un modelo hipotético de 120 posibles capacidades, que –según afirmación burlona de otro universitario– pronto se le quedó corto. Ejemplo paradójico de la inoperancia a la que la imprescindible mente disciplinada puede llevarnos si la extremamos, haciendo crecer el número de árboles hasta ocultar el bosque.
Por ello, además de la disciplina, es necesaria la síntesis, la visión sistémica que tan acertadamente destacó Senge en La quinta disciplina; una perspectiva que los niños aprenden mucho más fácilmente que los adultos, en quienes las abstracciones globales son frecuentemente generalidades grandilocuentes y vacías.
No es suficiente conocer las cosas como son; hay que saber cómo podríamos llegar a transformarlas con nuestra creatividad. En palabras de Wallace Stevens, “el mundo que nos rodea resultaría desolador si no fuera por el mundo que llevamos dentro”. Como casi todo, la verdadera innovación se reconoce a posteriori en las obras que soportan la prueba de la realidad y perduran. Por ello, aunque cognitiva como las anteriores, esta facultad tiene un carácter aún más práctico.
Los dos enfoques mentales adicionales, que complementan a los tres anteriores, sin sustituirlos, tienen un componente más “socioemocional”. Suponen un reto, ya que tendemos más a pensar que a actuar, sobre todo en relación con los otros, porque anticipar su respuesta aumenta nuestros miedos. No obstante, resultan cruciales: sin respeto a las diferencias y a lo que es importante para otros, terminaremos como la civilización pascuense, agotando los recursos naturales y exterminándonos mutuamente. Si realmente hemos sido sensatos lo podrán determinar nuestros descendientes.
La ética nos devuelve también a nuestros orígenes, con la búsqueda de la virtud y la excelencia, para lo que es necesario desarrollar la responsabilidad individual hacia el bien colectivo. Seguimos siendo individualistas pese a las incesantes llamadas a la implicación social y la extenuante invocación a la colaboración y la participación. Una causa de esta actitud es el creciente recelo hacia los sistemas sociales que deberían apuntalar la confianza: justicia, política, economía, educación, religión, etc. Mientras quienes ejercen estos trascendentales papeles no practiquen los valores que predican, más allá de una propaganda que los deja todavía más en evidencia, perderemos el norte y nos alejaremos aún más del buen juicio. ¿Puede haber peor calamidad para una sociedad que carecer de líderes con verdadera buena voluntad?
Recordemos la radical, certera, sintética, ingeniosa, respetuosa y muy ética visión que de la auténtica inteligencia tenía Carlo María Cipolla, quien basaba su esencia en “beneficiarse a sí mismo beneficiando a los demás”. Este era también el imperativo de la ética de los estoicos, como Marco Aurelio: “Lo que no beneficia a la colmena tampoco beneficia a la abeja”. La falta de inteligencia, entonces, consiste en perjudicarse a sí mismo perjudicando a los demás.
El libro
Una preparación innovadora para un futuro brillante
Howard Gardner
La educación ha cargado con un lastre de conservadurismo causante de que se haya desatendido el fomento de la flexibilidad, la creatividad o la integración de ideas aparentemente dispares entre [...]