Pilar García Lombardía sobre ‘Caliente, plana y abarrotada’

Pilar García Lombardía

Profesora del IESE Business School

Estamos agotando los recursos necesarios para la supervivencia de los que vengan después: así de claro es el mensaje de la sostenibilidad, despojado de tecnicismos y florituras. ¿Aún puede haber alguien que no lo considere un tema relevante? Sólo alguien tan pegado al presente y al corto plazo como para no reparar en la necesidad de mantener este mundo más allá de la propia existencia. En el resto de los casos debemos ser conscientes de que nos enfrentamos a las consecuencias de una ecuación de lógica aplastante: si consumimos más de lo que reponemos, nos quedamos sin nada.

La sostenibilidad, de manera general, se refiere al equilibrio de una especie con los recursos de su entorno. Según el Informe Brundtland, redactado en 1987 para la ONU y en el que se acuñó la expresión desarrollo sostenible, la sostenibilidad consiste en satisfacer las necesidades de la generación actual sin sacrificarla capacidad de futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades. La sostenibilidad es una cadena de compromiso: cada generación se compromete con la supervivencia de la siguiente. Éste sería el compromiso mínimo. A partir de este mínimo, el ser humano debería ir más allá y aportar valor y desarrollo encada paso, de manera que pudiéramos hablar con propiedad de un desarrollo sostenible. Sin embargo, parece ser que esta cadena se está rompiendo: estamos consumiendo más de lo que podemos reponer o, dicho de otro modo, los inputs que estamos utilizando son superiores al valor de los outputs.

Además, no se trata únicamente de una cuestión referida a los recursos naturales. Se refiere más bien a una filosofía, a un modo de vida. El “cortoplacismo”, la miopía más absoluta, se halla instalado con fuerza en todos los ámbitos de la vida: desde las relaciones personales hasta los incentivos empresariales, todo se ha comprimido en el tiempo. Estamos perdiendo la capacidad de pensar y ver más allá de tres meses adelante, porque en tres meses todo puede haber dado un giro completo –o eso creemos. El vertiginoso ritmo que ha cobrado nuestro estilo de vida nos convierte en feroces devoradores de recursos de todo tipo, un consumo no dirigido mayoritariamente a la generación de nuevos recursos, sino al puro disfrute momentáneo. Éste es un comportamiento puramente hedonista. Posiblemente este hedonismo moderno sea una de las claves de la ruptura de esa cadena de compromisos intergeneracionales mencionada.

No obstante, el problema no consiste sólo en que seamos hedonistas, sino también en que no estamos actuando con inteligencia. Un hedonista inteligente buscaría, además de la maximización de su satisfacción, que ésta pudiera prolongarse durante el mayor tiempo posible. Esta restricción tal vez nos llevaría a la sostenibilidad, porque significaría un sacrificio de satisfacción actual en aras de una mayor satisfacción futura. Puestos a ser hedonistas, seámoslo de verdad, hasta sus últimas consecuencias.

Entre otras muchas cosas, la sostenibilidad, en cuanto compromiso con las generaciones futuras, tiene una dimensión ética que no podemos eludir.

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