Rafael de Lecea sobre ‘The Five Patterns of Extraordinary Careers’

Rafael de Lecea

Presidente de ABILOBA, miembro del consejo asesor de Barna Consulting Group y profesor de AESE

Uno de los aspectos que ha ido ganando importancia en la formación de las personas destinadas a tomar decisiones, es decir, a gestionar instituciones de todo tipo, privadas o públicas, es la gerencia de la propia carrera profesional.

En nuestros días, esto equivale a no dejarse llevar por el curso incontrolado de los acontecimientos y a reflexionar y ganar la perspectiva necesaria para guiar, por acción o reacción, una de las facetas más relevantes de la vida personal -la conciencia de que no es la única, ni la más importante, ya es un logro en sí misma-.

Los dos pilares de esta nueva posición son el conocimiento de las propias capacidades y la perspectiva temporal. El primero ayuda a los profesionales a identificar lo que son verdaderamente oportunidades, no objetivos inalcanzables, ni trampas, ni responsabilidades que, equivocadamente, se considera que se pueden asumir y que son autopistas hacia el fracaso. El potencial del gestor y su experiencia no son vasos comunicantes: uno crece en la medida en la que disminuye el otro. Las cualidades personales son las que son, pero tomar la decisión de seguir una carrera profesional que se caracterice por la honestidad y la responsabilidad es algo opcional.

El segundo pilar consiste en asumir que, aunque la vida pasa rápidamente, no es fácil, tampoco en su vertiente profesional, decidir sobre los tiempos y que éstos, con más frecuencia de lo que parece, ponen a cada uno en su lugar. Los profesionales “no trepan hasta el liderazgo, sino que son conducidos hasta él”. La gloria se mide en plazos dilatados, no en momentos. “Todo triunfo es prematuro”, decía el filósofo.

Especialmente sugestivo es el concepto de “liderazgo benevolente” como el propio del que busca también el éxito de los demás, es capaz de inspirar confianza y motivación durante períodos de tiempo largos, de delegar y de establecer cauces de comunicación que acaban siguiéndose de forma espontánea. La recompensa es, cuando menos, trabajar en lo que se desea y con quien se desea, y encontrar satisfacción en ese empeño.

El reconocimiento, tan poco frecuente, es el elemento fundamental de la motivación, el más eficaz; no es un signo de debilidad del líder, sino todo lo contrario: demuestra conocimiento del negocio, del equipo, de sus méritos, y confianza en sí mismo.

Con estas premisas, la clave del éxito es hacer algo más de lo que se espera y no sorprende, contribuyendo de forma visible al progreso en los campos que cada empresa define como claves: el márketing en Coca-Cola, el desarrollo y distribución de programas en Microsoft, etc. Al final sucede como con los clientes: el éxito duradero está vinculado a la superación de las expectativas; lo demás ya se da por descontado.

Las empresas de éxito lo vinculan al de sus empleados y directivos, se lo reconocen y adecuan los recursos presentes y futuros a los objetivos de cada momento: puestos de trabajo justificados, rentables y estables. Como consecuencia hay un sentimiento de satisfacción por la pertenencia al equipo.

Las carreras de éxito suelen coincidir con ese orgullo: mi empresa no es el paraíso, hay elementos que deben ser mejorados, pero me costaría encontrar un lugar mejor para mí en donde trabajar.

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